El hechizo de Selene
Por Eliseo Guillén*
Pasando media hora sin poder dormir, se levantó de su lecho y agarró su violín de un color rojizo, se acomodó en un sillón frente al ventanal y empezó a tocar. La música era melancólica, solemne y sobre todo encantadora.
Escondido entre los árboles del bosque, la observaba un joven viajero, pues la música prolongada por la dama le atrajo la atención. Miraba cada detalle de ella, cada movimiento, escuchaba atento cada latido de ese violín. Entonces al tratar de acercarse más, hizo ruido por las ramas que le impedían el paso; tal hecho hizo que la bella mujer parara de tocar y observar por el ventanal. El viajero inevitablemente pudo esconderse al ver los ojos de Selene, pues eran grisáceos y brillosos.
—¿Desconocido caballero, qué es lo que hace ahí?
—Me llamo Porfirio... Al escuchar su arte me acerqué para ver quién era el autor de tan admirable obra—dijo sorprendido mientras se acercaba más al ventanal.
—¿Busca algún refugio? Podría hablar con mi madre para que le deje quedar en algún cuarto. El frío en la madrugada aumenta aún más.
—Me encantaría, pues estoy agotado por el largo recorrido que he hecho—dijo alegremente.
—Ahora vuelvo, le avisaré a mi madre.
Entonces el caballero se quedó observando el aposento. Se mostraba alegre al saber que pasaría una noche cómoda en tan semejante morada.
Después de unos diez minutos regresó la muchacha y le dijo:
—Ve por la entrada que está a la vuelta, un criado te abrirá.
Una vez el joven adentro, el criado lo pasó a la sala donde lo esperaba la doncella y su madre.
—Buenas noches, perdone la pregunta que le haré pero... darle asilo a un desconocido es extraño para mi y más aún a estas horas. ¿Quién es usted y qué hacía en las afueras de mi hogar?—dijo la señora Cecilia.
—Soy un viajero, vengo del otro pueblo que está al norte de aquí. Mi propósito es llegar al sur de este pueblo donde me espera mi amada. Pasaba por aquí cuando de pronto escuché el sublime sonido de un violín, lo cual me llamó la atención, no pude evitar acercarme pues sentí una fuerza extraña que me impulsó a mirar hacia el cuarto de su hija.
—¿Pensaba seguir su viaje a estas horas y con el frío que está haciendo? Mejor quédese aquí. Seguro ha de tener hambre.
—Le agradezco—le dijo sonriente.
—Mamá, le hablaré a Rosalía para que venga a servirle—dijo Selene.
Entonces se retiró la señora Cecilia a su cuarto. El joven ya servido empezó a comer.
Después de un momento la doncella se despidió de él:
—Apuesto caballero, me voy a dormir. Cuando termine su cena suene la campanilla que tiene enfrente y vendrá la señora Rosalía para llevarlo al aposento donde se quedará.
Al haber pasado media hora volvió aparecer Rosalía. Dirigió al inquilino por un pasillo hasta llegar al cuarto que le asignó.
—Que tenga lindos sueños—le dijo la sirvienta tímidamente. Se retiró y lo dejó solo.
—Igualmente Rosalía—le contestó él.
Entonces él entró al cuarto, dejó su mochila en el fresco piso y se dejó caer en la suave cama. Por el cansancio que tenía quedó inmediatamente dormido.
En la madrugada, la puerta del cuarto se abrió lentamente, era Selene que entraba de puntillas para evitar ser escuchada por el invitado. Traía su bata de dormir, era casi transparente, andaba semidesnuda. Se subió lentamente a la cama donde dormía el caballero, le destapó el cuello y le empezó a besar, le acarició la cabellera, le besó sus labios y fue cuando despertó el invitado sorprendido, quiso levantarse pero se lo impidió la seducción de Selene cuando ésta lentamente empezó a quitarse la poca ropa que traía. Era esbelta, muy bella. El joven la empezó a acariciar inevitablemente, pues los ojos de la pálida dama lo habían hechizado. Selene le empezó a besar en los labios y sobre todo en el cuello. El ritual duró una media hora hasta que la dama le mordió el cuello y empezó a probar el rojo elixir.
Al amanecer, el rostro del joven estaba blanco como la nieve que caía intensamente sobre el bosque.
—Madre, avisaré al criado para que se lleve el cadáver—dijo Selene
—No te preocupes, yo le aviso.
Cuando el criado de la familia Capuana llevaba el cadáver en su carruaje, el viejo del cementerio sólo dijo con miedo: "ha sido una víctima más de esa estirpe de vampiros".
*El autor es estudiante de Literatura en la UABC. Le gusta reflejar en lo que escribe la literatura gótica y el romanticismo del S. XIII.