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9/08/2008

Cuando cursaba la universidad, la maestra de Literatura nos pidió leer a Truman Capote. Al comenzar a leer Otras voces, otros ámbitos, me emocioné por la descripción de un pueblo extraño y sombrío. Hoy rescaté un texto sobre el escritor que fue publicado a finales de la década pasada por el periodista Juan José González para la agencia Notimex y el cual me parece adecuado para la sección Letras Siniestras.
Letras Siniestras
Truman Capote: del profundo sur
a la república de las letras
Por Juan José González
Objeto de culto literario desde hace décadas, pero también vituperado por algunos críticos y hasta por Ernest Hemingway, Truman Capote se presenta a la distancia como una muestra más del talento literario estadounidense.
Hombre del sur, Capote hace su presentación en la república de las letras con una novela sureña en todos los sentidos: Otras voces, otros ámbitos. La crítica norteamericana no duda un instante en instalarlo como un nuevo favorito. Son los años cuarenta y el influjo de la obra y el estilo de William Faulkner dominan buena parte del territorio literario del Estados Unidos.
Pero Capote no se contenta con sólo un gran golpe. Este joven, que nació en 1924 en Nueva Orleáns, tiene más historias que relatar, son asuntos que transcurren bajo una atmósfera densa, gótica, del viejo sur. Así, repite el golpe y entrega con un volumen de cuentos, algunos de los cuales resultan en verdad piezas de antología. El texto se titula: Un árbol de noche.
De nueva cuenta está el Sur. La vieja receta está aprendida y quien la utiliza es un buen relator. La prueba está en el cuento inicial y que da título al volumen. La realidad de los carámbanos en una vieja estación ferroviaria se mezcla a la perfección con la realidad pringosa de una pareja de aventureros. Ella, una mujer avejentada y alcohólica. El, un idiota que representa en todo pueblo sureño el papel de muerto. Pareja de estafadores de poca monta que saben explotar a la perfección el temperamento nervioso, excitable, de una joven universitaria que cae en sus manos.
Todo ocurre en una noche a bordo de un tren. La Luna ilumina el trayecto, pero no la vida de la joven que ha de quedar en manos de la pareja de embaucadores. Es un ambiente donde la fantasía juega el rol determinante y la realidad se subordina por entero. El final queda en manos del lector. “Cuando Kay le miró, la cara del hombre pareció cambiar de forma y retroceder ante ella como roca en forma de luna que cayese hacia el fondo, bajo el agua. Kay sintió que la relajaba una languidez cálida. Kay tuvo la nebulosa conciencia de que la mujer aquella le quitaba el bolso y le echaba suavemente el impermeable por la cabeza como un sudario”.
¿La joven es robada y violada y hasta muerta? ¿Se desmaya tan sólo? No lo sabemos. Capote no lo cuenta. Hábilmente deja el asunto en manos del lector. Allí está la clave magistral.

El camino a Nueva York
Cuando la etiqueta de escritor sureño más relumbra en la solapa de Capote, ésta da el giro de 180 grados necesario para librar el encasillamiento.
Entrega, casi a finales de los años cuarenta (1949), una verdadera obra maestra: Desayuno en Tiffany’s. Aquí ya no está el Sur. Capote olvida con toda intención Nueva Orleáns y todo lo que huela a “Profundo Sur”. Se dedica en cuerpo y alma, en un nuevo estilo pleno de ironía y humorismo (que lo acercan bastante a Francis Scott Fitzgerald), a describir el ambiente neoyorquino de una joven preciosa y de lo más reventada que podamos imaginar.
Holly Golightly es su nombre. Resulta una pícara redomada que lo mismo se gana una cantidad semanal por visitar en prisión a un viejo gánster llamado Sally Tomato y servir de correo entre mafiosos y servir de correo entre mafiosos sin que lo sepa, que en departir con sus docenas de admiradores. Todo ello mientras lucha contra las angustiosas “horas negras”, crisis emocionales, “morriña” dirían en España. “El mejor recurso que he tomado es tomar un taxi e ir a Tiffany’s… allí no puede sucederle a una nada malo, con aquellos hombres tan amables y tan bien trajeados y aquel delicioso aroma de plata y de piel de cocodrilo”. Desayuno en Tiffany’s viene a conceder a Truman Capote el rango de escritor importante.
Ya no se trata solamente de lo último que llega del “Profundo Sur” norteamericano; ahora ya es una realidad literaria, Capote se constituye en el “niño terrible de las letras estadounidenses”.
Si para algunos críticos Desayuno en Tiffany’s se presenta como la necesaria crónica de sociales del Nueva York de la posguerra, una interesante feria de vanidades, para Capote representa el principio del carrusel de la fama. Llega a los dorados salones. La beautiful people lo acepta. La high society abre los brazos y corre a su encuentro. Este va y viene por las fiestas y mansiones. Sube y baja las pendientes de escándalos y fiestas. No importa, hay demasiado talento para aguantar la borrachera.

La nueva e hirviente joya
Tan es así que en 1966, Capote vuelve a deslumbrar al entregar A sangre fría. Hay un giro en la producción literaria de este hombre del Sur avecindado en Nueva York. La crónica social, el humorismo y desenfado y hasta la combinación de lo gótico y fantástico con la realidad, constituyen asunto de otros tiempos. Son otros los días y éstos, lo sabemos, implican nuevas costumbres, nuevos temas y por supuesto nuevas formas de encararlos literariamente hablando. Para Capote llegó el momento de crear el género de la novela total.
Para algunos, A sangre fría no es más que un reportaje. Capote investiga el crimen múltiple cometido en contra de la familia Clutter, en Holcomb, Kansas, y obtiene buenos resultados. Presenta a los criminales, sus perfiles psicológicos, sus rasgos físicos, su entorno social, sus pros y sus contras. Igual procede en el caso de las víctimas y de algunos otros personajes claves de Holcomb.
Otros opinan que es mucho más que un buen reportaje. Es, dicen, la obra con la cual la sociedad estadounidense despierta. Se terminó la buena época.
En ese país hay inadaptados y andan por las calles, por los caminos. Ninguna familia o persona, por recta que sea, está a salvo. Termina el sueño norteamericano e inicia la pesadilla.
“(Clutter) era contrario a los estimulantes por suaves que fueran. No fumaba y, por supuesto, no bebía; nunca había probado el alcohol y tendía a evitar el trato con quienes lo consumían”.
Y hay quienes van más allá. Hay quienes señalan que a lo largo de las páginas de A sangre fría hay desde la novela romántica, hasta la de costumbres y la crudamente realista. Todo manejado según las técnicas, no tanto del reportaje periodístico cuanto por una estrategia literaria que se mueve a dos ritmos y camina paralelamente. Por un lado transitan los últimos días de los Clutter. Los conocemos, los apreciamos. Caminamos por Holcomb y su vecina Garden City. Por el otro, vamos junto a los futuros asesinos; viajamos con ellos en su Dodge negro y conocemos sus historias íntimas.
Truman Capote entrega, para decirlo llanamente, una de las más deslumbrantes muestras del nuevo periodismo en Estados Unidos. De ese nuevo periodismo del que en México no se desea saber nada por temor al talento, por miedo a que se rompan viejas y caducas estructuras.
Sea lo uno o lo otro, la verdad es que Capote, con las obras citadas, se insertó fuerte y para siempre en la república de las letras no sólo de su país o de habla inglesa, sino mundiales. Allí tiene un sitio el hombre que escandalizara al calificar a Hemingway, un Premio Nobel, de autor mediocre. Allí está el escritor que dijera que de Jorge Luis Borges que era tan sólo un “autor mediano”. Allí está con sus amaneramientos, con la cabeza llena de historias por contar. Allí está el joven rubio, recostado sobre el sofá, rico y despreocupado, gritando a quien desee escucharlo: soy homosexual, cocainómano; pero soy también un genio.
En 1984, la muerte dio alcance a Capote. Ya para entonces tenía su nicho en el mundo literario a partir de obras que le aseguran un apartado en la Historia Universal de la Literatura de este siglo. Las repito para que no las olviden: Otras voces, otros ámbitos; Un árbol de noche; Desayuno en Tiffany’s; A sangre fría.