Era jueves, pero creo que era viernes. Una mañana muy amable como esta, aquí, en esta mesa de mantel de cuadritos. Con este sol que emite la justa luz, la idónea temperatura en una mañana fría, a través del ventanal que da a la avenida Querétaro, mientras yo veo hacia el sur en sentido contrario a los carros que bajan hacia el bulevar. Mis ojos se amortiguan en terciopelo verde, esa impresión me causan los helechos que corren al pie del ventanal. Siento una paz momentánea con este "refill" de café, aunque estos huevos revueltos del Giuseppis están un poco aguados.
--¿Todo bien joven? –pregunta rutinaria del mesero.
--Sí, todo bien, gracias.
Soy un mentiroso, pues caigo en cuenta de que nada está bien, vivo mi propio esplín baudelariano, mi propio proceso kafkiano. He tomado otra conciencia, distinta a la de hace unos momentos. Qué pregunta tan poderosa, capaz de cambiar los estados del ánimo.
--¿Todo bien joven? –vuelve a preguntar el mesero cuando ya he terminado el desayuno y mis pensamientos han comenzado a exasperarme.
Todo es cuestión de medio segundo, exploto, me levanto volteando la mesa patas arriba, los trastes vuelan, los comensales se asustan al ver rota su tranquilidad, sus apacibles charlas y sus lecturas de periódicos.
--¡Claro que no está todo bien! –Le grito al mesero. --¡La guerra en Irak!... ¡La matanza de focas en Canadá!... ¡Los bombardeos sobre Líbano!... ¡Las víctimas de Fujimori!... ¡Los estudiantes muertos en la Plaza Tiananmen!... ¡Los rehenes de las FARC!... ¡La destrucción de las selvas!...
Estoy en ese trance cuando entran los empleados del estacionamiento, ahora fungen como guardias, me toman de los brazos y me sacan del restaurante. Dos minutos después arriba una patrulla, me esposan, me suben.
--¿De qué te ríes güey? –Pregunta el policía por el retrovisor.
--Nada, que me desahogué ahí adentro.
Otra vez soy un mentiroso. En verdad no me desahogué, pues nunca me atrevo a hablar de mi verdadero esplín, mi proceso.
*El autor es el editor de este blog.