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12/02/2007

Letras Siniestras (Cap. II)
Fantasmas en mi barrio
Por Ángel Ruiz*

Desde que todos los habitantes de mi comunidad desaparecieron o se fueron, me había acostumbrado a escuchar los pasos de fantasmas presurosos de la calle, que retumbaban con eco en las paredes y bardas de las casas.
Había ratos de silencio, pero era un constante ir y venir y al principio corría a las ventanas creyendo que los vecinos habían vuelto, pero más tarde me convencí de que se habían ido para siempre.
Cuando la gente se fue del barrio, la hierba creció de prisa con las primeras lluvias y pronto borró los verdes prados recortados impecablemente, donde durante el verano los niños, entre risas, se mojaban unos a otros con las mangueras.
A últimas fechas, cosas extrañas han comenzado a suceder. De la noche a la mañana observé una manada de perros salvajes corriendo a paso uniforme entre la hierba, deteniéndose de vez en vez, dirigiendo su olfato y astuta mirada hacia objetos invisibles.
Quiero decir que me alegré al ver nueva vida, pero cuando salí al portón de la casa -tosco y oxidado por el tiempo- y llamé la atención de los canes tratando de ganarme su amistad, estos se dirigieron a mí agresivamente, exponiendo sus feroces fauces, golpeando el portón como si fueran ellos los que estuvieran encerrados y quisieran salir a atacarme. Entonces mejor volví adentro.
A raíz de que han llegado los perros salvajes, los fantasmas de afuera ya no se escuchan, quizá los ahuyentaron y hoy el barrio se ha quedado más solo, más triste, con un silencio más desesperante que dura días enteros, porque los perros no son constantes como ellos en su ir y venir.
Yo, fantasma, me siento más abandonado que nunca. Quisiera que una familia llegara a habitar esta casa, donde fui condenado a penar desde que toda la comunidad se confabuló para asesinarme.

*El autor es el editor de este blog.