Letras Siniestras (Cap. V)
El espejo y el agua
Por Ángel Ruiz*
El espejo y el agua
Por Ángel Ruiz*
La extensa barra del table dance, el largo espejo frente a él, donde se mira y remira como un Narciso moderno. Las chicas que se acercan: “invítame un trago”.
No, piensa, "tan sólo estoy aquí porque es el único lugar abierto, no vine a ver masas celulíticas cuyas siluetas engañan los sentidos de los pobres viciosos que vienen a perder lo poco que han ganado. Amamos la oscuridad porque nos hace bellos y oculta nuestra miseria, amamos la muerte".
No deja de verse en el largo espejo. Detecta cuando la bailarina que acaba de terminar su número baja de la pista y se dirige sobre él, pero ella es rechazada, como otras más que han llegado a lo largo de la noche por detrás y por los lados.
Se ve, se toca el rostro, desfigura su boca, sus mejillas, sus ojos y esboza una sonrisa.
"Mañana me levantaré hasta tarde", piensa. Una botella más para un mayor relajamiento. Han pasado Karina, Susana, Penélope, es el turno de Madeleine.
Le da la impresión de que lo observa. No obstante sus vueltas sobre la pista, sus ojos vuelven siempre a clavarse sobre su espalda.
Él clava sus ojos en sus propios ojos y ello lo remite a "ella". ¿Qué diría "ella" si lo viera salir de ahí? De ese lugar de existencias sórdidas y atmósfera pestilente. "Ella", tan ingenua con todo y sus sueños de perversión.
Algo lo perturba en el table dance, cree que es hora de irse. Alguna vez ha sentido esa paranoia, comienza a sentir asco. Miradas fugaces recorren las mesas antes de retirarse. Borrachos sucios y panzones que relamen las tetas de las bailarinas por un dólar.
Sale a la noche helada, quieta y vacía. El bulevar está desolado, no distingue ni a lo lejos las luces de algún auto, caminará a casa en el más completo abandono.
Ha salido del bulevar y tomado el callejón que lo sacará a casa. Sus pasos ni siquiera retumban a pesar del silencio.
Las primeras gotas frías caen sobre su cabeza, él apresura la marcha y como si fuera una ley física, el cielo también acelera la lluvia.
Trastabilla, no está borracho, es sólo que el terreno irregular está a punto de enviarlo al suelo. Su mano toca la tierra mojada evitando que caiga por completo, pero como si fuera un resorte sale impulsado hacia adelante y ahora sí rueda de cuerpo entero.
El agua ha arreciado bañándolo como en un río, la mirada se le nubla y se siente tan débil que se desmayará.
Ha despertado al mediodía. No quisiera emerger de las cobijas, pero su vejiga podría estallar. La taza del baño, el flujo amarillo y luego… ¡el espejo! ¿Qué demonios son esos puntos rojos en su cuello?
*El autor es el editor de este blog.
No, piensa, "tan sólo estoy aquí porque es el único lugar abierto, no vine a ver masas celulíticas cuyas siluetas engañan los sentidos de los pobres viciosos que vienen a perder lo poco que han ganado. Amamos la oscuridad porque nos hace bellos y oculta nuestra miseria, amamos la muerte".
No deja de verse en el largo espejo. Detecta cuando la bailarina que acaba de terminar su número baja de la pista y se dirige sobre él, pero ella es rechazada, como otras más que han llegado a lo largo de la noche por detrás y por los lados.
Se ve, se toca el rostro, desfigura su boca, sus mejillas, sus ojos y esboza una sonrisa.
"Mañana me levantaré hasta tarde", piensa. Una botella más para un mayor relajamiento. Han pasado Karina, Susana, Penélope, es el turno de Madeleine.
Le da la impresión de que lo observa. No obstante sus vueltas sobre la pista, sus ojos vuelven siempre a clavarse sobre su espalda.
Él clava sus ojos en sus propios ojos y ello lo remite a "ella". ¿Qué diría "ella" si lo viera salir de ahí? De ese lugar de existencias sórdidas y atmósfera pestilente. "Ella", tan ingenua con todo y sus sueños de perversión.
Algo lo perturba en el table dance, cree que es hora de irse. Alguna vez ha sentido esa paranoia, comienza a sentir asco. Miradas fugaces recorren las mesas antes de retirarse. Borrachos sucios y panzones que relamen las tetas de las bailarinas por un dólar.
Sale a la noche helada, quieta y vacía. El bulevar está desolado, no distingue ni a lo lejos las luces de algún auto, caminará a casa en el más completo abandono.
Ha salido del bulevar y tomado el callejón que lo sacará a casa. Sus pasos ni siquiera retumban a pesar del silencio.
Las primeras gotas frías caen sobre su cabeza, él apresura la marcha y como si fuera una ley física, el cielo también acelera la lluvia.
Trastabilla, no está borracho, es sólo que el terreno irregular está a punto de enviarlo al suelo. Su mano toca la tierra mojada evitando que caiga por completo, pero como si fuera un resorte sale impulsado hacia adelante y ahora sí rueda de cuerpo entero.
El agua ha arreciado bañándolo como en un río, la mirada se le nubla y se siente tan débil que se desmayará.
Ha despertado al mediodía. No quisiera emerger de las cobijas, pero su vejiga podría estallar. La taza del baño, el flujo amarillo y luego… ¡el espejo! ¿Qué demonios son esos puntos rojos en su cuello?
*El autor es el editor de este blog.